Para escribir bien es mejor hacer preguntas

En algunas organizaciones –especialmente en las grandes- muchas veces la información circula mal. Más allá de sus propósitos, algunas dinámicas internas tratan los contenidos como bienes intransferibles, problemáticos o inmanejables.

En empresas de esta naturaleza es usual que los textos se encarguen sin instrucciones. Y que quienes reciben esos encargos acepten escribirlos sin ellas. “Hay que armar un comunicado para mañana sobre el nuevo plan de negocios”, puede pedir un gerente sin otra especificación.

Y la orden se asume tal como fue dada. ¿El tono? ¿El contexto? ¿La extensión? ¿El humor y las expectativas de los lectores frente a esa información? Muy bien, gracias. Los redactores se acostumbran a no hacer preguntas, a tratar de imaginar lo que no saben, y desarrollan una especie de autismo compositivo. Escriben tratando de poblar la pantalla con frases hechas e intentando encajar la poca información que disponen en algún molde que la costumbre del lugar dio por aprobado.

“En el marco del programa anual del programa 2007, se lanza…”; “tenemos el agrado de comunicar que a partir de la fecha entrará en vigencia… “ . Formulaciones como éstas encabezan uno tras otro los comunicados y tienen a sus redactores meditando largo tiempo sobre qué poner después.

Lo más curioso es que muchos de estos redactores, frente a los textos fallidos que producen, no suelen identificar la falta de contenidos como una de las principales razones –si no la única- de sus fracasos. Creen, lisa y llanamente que escriben mal. Y asumen equivocadamente que los buenos redactores son los que pueden inventar contenidos que no tienen. Deben poder “sarasear”, como suele instar a todo el mundo un redactor de un departamento de comunicaciones amigo, escéptico de los procesos empresarios de producción de textos.

Pero tanto para “sarasear” como para escribir un comunicado que tenga alguna utilidad y atractivo es necesario hacer preguntas: a uno mismo (para determinar que se necesita), a la fuente del encargo (mínimamente hay que poder determinar sus propósitos y el contexto), a otra fuente experta eventualmente y, por último, a otros textos de la compañía (la página web, la memoria y balance, artículos anteriores de intranet, etc.). En todos los casos es necesario partir de algún lado. Y más aún si se tienen intenciones creativas.

América: ¿Latina o latina?

Hoy a la mañana, mientras hacía mi recorrida habitual por los principales diarios del país, me llamó particularmente la atención que en La Nación utilizan la forma “América latina”. Como ya sabrán, el uso abusivo de ciertas mayúsculas me preocupa, pero tampoco como para irme al otro extremo. Mi curiosidad me llevó al libro de estilo de ese diario y me encontré con que los adjetivos usados en nombres geográficos, van en minúscula. ¿Pero “latina” no es parte del nombre? La pregunta se me vino a la cabeza al instante. Investigué un poco más, y noté que Clarín y Página/12 también prefieren este uso, mientras que Ámbito Financiero, El Cronista e Infobae utilizan “América Latina” (quise desempatar con Perfil, pero la página estaba caída).

Si bien el Panhispánico incluye la expresión “América Latina”, no terminó de despejar mis dudas y recurrí al servicio de la Academia Argentina de Letras. Allí, una amable señora me explicó que antes se ponía “latina” en minúscula porque se consideraba que no existía un lugar geográfico preciso que pudiera llevar ese título, pero que ahora los núcleos culturales también pueden tener nombre propio. Así que el uso de los diarios podía deberse a sus diferentes manuales de estilo.

Núcleo cultural o zona con límites geográficos: yo igualmente prefiero “América Latina”. ¿Y ustedes?

¿Qué debe tener un buen post?

En expansión o un poco retraída, la blogósfera continúa instalando nuevas prácticas de escritura y nuevos géneros.
Uno de los más recientes aportes para avanzar en descripciones y definiciones vino de Córdoba. Un par de meses atrás, el diario la Voz del Interior sacó su manual de estilo e incluyó un apartado de periodismo digital. Un trabajo muy bien hecho: de lectura amable y bien práctico. Y con definiciones como ésta: “Estamos migrando de un modelo de disertación a otro de conversación, en el que ‘usuario’ es el nuevo nombre del lector”.
Al final de ese apartado digital se describen las características de los blogs del diario y específicamente las de las entradas o “posts”. En este sentido, el manual (pag. 183) propone un modelo que no supere las quince líneas en pantalla, que sea obligadamente hipertextual y que aproveche al máximo recursos como audios, videos, galerías de fotos o mapas, entre otras características.
Todo bien. Sin embargo, creo que va siendo necesario enfatizar el aspecto conversacional en la misma descripción del género: un buen post debería necesariamente invitar al comentario. Quien lee se debería sentir tentado de agregar sus propias líneas.
En última instancia, un post es un texto abierto, tanto en su contenido como en su forma. Su lógica se aloja en esa construcción colectiva que resulta del texto de la entrada, de sus enlaces y sus comentarios.

Entrevistas: ¿grabar o no grabar?

Estoy armando un taller sobre entrevistas para un cliente y me vino a la mente una frase de un viejo periodista. Libreta en mano, solía jactarse de grabar a sus entrevistados solamente cuando era indispensable: si estaba frente a alguien como Borges, donde cada palabra cuenta, o si debía protegerse de futuras demandas.

Yo he hecho mía esta premisa y grabo lo menos posible: tengo buena memoria, detesto desgrabar y mi sistema de notas suele funcionar bien para reconstruir la charla.

Pero conozco casos cercanos donde sucede lo inverso: teclear las voces del casete es un momento de descanso. Se pone la mente en blanco, mientras la pantalla se va llenando de palabras. Y se cuenta, además, con la tranquilidad de no haber dejado nada afuera.

Vos, ¿de qué lado estás?


Menos pasiva, más actividad

Cuando armamos una presentación, cuando redactamos un e-mail, cuando mandamos un mensaje por celular, en definitiva, siempre que escribimos un texto, usamos todo lo que está a nuestro alcance para expresar lo que queremos. Nada está de más y todos los recursos son válidos.
Pero muchas veces, mientras edito o corrijo textos, me encuentro con que las empresas usan demasiado uno de estos recursos: la voz pasiva. El otro día, revisé una y otra vez oraciones como “Las búsquedas serán realizadas por Recursos Humanos” o “A través del área de Beneficios, se ofrecen propuestas culturales, deportivas y de recreación para los empleados”. Y también me detuve en la versión conocida como “pasiva con se” (formada por el pronombre se y verbo en voz activa): “Los reconocimientos a la productividad se publican en la intranet”.
Después de perderme un poco entre tantas construcciones pasivas, me surgió una duda que todavía no me pude responder con claridad. Gracias a su estructura, esta forma gramatical permite borrar al agente (el que realiza la acción que expresa el verbo). Pero en estas oraciones en voz pasiva, o bien esta más que claro que la responsable de la acción es la empresa o bien se explicita quién la hace.
A la voz pasiva yo le tengo bastante cariño, sobre todo porque puede resultar muy útil en algunos casos —¿qué mejor manera de responder que: “no pude leer el informe porque se tiró a la basura?”—, pero en estos casos, no comprendo por qué las empresas quieren ocultarse, aun cuando presentan beneficios para sus empleados. Me parece que en estos casos, es preferible usar la voz activa y decir: "Recursos Humanos realizará las búsquedas" o "El área de Beneficios ofrece propuestas culturales, deportivas y de recreación para los empleados". Además, la lectura de este tipo de oraciones es más rápida y sencilla.
Me anduve preguntando por qué usan tantas veces la voz pasiva si no aprovechan el principal recurso que les ofrece esta forma. Quizás porque le asignan un valor de seriedad y formalidad. Quizás porque repiten estructuras fijas de informes.
Se me ocurre que tal vez el discurso corporativo, en lugar de utilizarla como un recurso, la siente impuesta. Así que propongo dejar la tímida pasiva sólo para cuando no sepamos quién hace la acción o no nos interese informarlo (por ejemplo, “Los cursos se dictan los lunes”). Y en resto de los casos, empezar a hacernos cargo de lo que decimos

¿Qué tipografía usás para escribir?

La Helvética cumplió 50 años y hay revuelo alrededor de las tipografías. Les hacen exposiciones. Los diseñadores eligen sus favoritas. El serif divide aguas: ¿Con o sin?

Los escritores, tan proclives a aferrarnos de cualquier cosa que haga avanzar nuestra escritura —un teclado determinado, un modo de presentar la hoja en el procesador de palabras, un escritorio especial— también tenemos nuestras preferencias cuando se trata de elegir de un tipo de letra.

Por acá, sin pensarlo mucho andamos entre la Verdana del sitio, la Arial de nuestras plantillas de Word y cuando nos ponemos nostálgicos, la Courier y su aire de máquina de escribir.

Y por ahí…¿qué tipografía usan?

¿“Argentina” o “la Argentina”?



Si bien aquí en la consultora somos todos bastante renuentes a identificar nuestro trabajo con cuestiones normativas y gramaticales (no cometer errores es sólo una parte —y no necesariamente la más significativa— del proceso de escribir), es inevitable que nos consulten una y otras vez sobre determinados usos.

Este es uno de ellos. ¿Se dice “Argentina” o “la Argentina”?

Las dos formas valen, pero se prefiere la segunda que pone en evidencia que Argentina es un adjetivo: el nombre oficial de este país es República Argentina. Si cae el sustantivo República, dejemos el artículo para sustantivar el adjetivo.

Eso recomienda la Academia Argentina de Letras, al menos. Y su consejo lo siguen La Nación y Wikipedia. Clarín, en cambio, es decididamente errático.

Esta es la respuesta por escrito que ofrece la Academia cuando es consultada por este tema.

"A continuación se transcribe el último acuerdo sobre el nombre de nuestro país, publicado en el Boletín de la Academia Argentina de Letras, Tomo LIX, N.° 233-234, julio-diciembre de 1994:

"La Argentina" o "Argentina" como posibles formas elípticas del nombre República Argentina
(Consulta del Sr. Luis Santich, Capital Federal)

Si bien resulta innegable el creciente empleo de Argentina frente al tradicional la Argentina, no puede soslayarse, en primer lugar, el hecho de que ambas formas son denominaciones habituales, pero no oficiales, de nuestro país.
Tal como figura en el artículo 35 de la Constitución, que la Academia Argentina de Letras ha citado en acuerdos anteriores respecto del tema 1, las "denominaciones adoptadas sucesivamente desde 1810 hasta el presente, a saber: Provincias Unidas del Río de la Plata, República Argentina, Confederación Argentina, serán en adelante nombres oficiales indistintamente para la designación del Gobierno y territorio de las provincias, empleándose las palabras 'Nación Argentina' en la formación y sanción de las leyes"1.
Por cierto, la tendencia a referirse a nuestro país simplemente como Argentina no es nueva. Aunque no se ha determinado aún una fecha precisa de aparición, en el acuerdo académico de 1960 se la estimó "posterior a la segunda guerra mundial (1939-1945). Se supone que probablemente nació, por influencia del inglés de los Estados Unidos, en las prácticas parlamentarias de la UN. En las listas alfabéticas de países, la República Argentina fue colocada en la a, lo que trajo como consecuencia la desaparición del sustantivo República y del artículo la"2.
Tampoco puede decirse que hasta entonces no hubiera podido preverse el uso de la forma consultada. En efecto, diez años antes, en el acuerdo académico de 1950, se había observado que Argentina "aparece en libros, periódicos, discursos, etc., en forma tal que de seguir así no tardará la denominación correcta en ser suplantada por la incorrecta"3.
En el caso del empleo de la construcción tradicional, la presencia del artículo femenino sustantiva la voz Argentina que formalmente constituye un adjetivo. Hecho este que no es análogo a designaciones de otros idiomas que anteponen el artículo determinante a la denominación, v. gr.: la France o l'Italia, porque en estas el nombre es ya en su origen un sustantivo.