Editores: ¿sí o no?

El tema cada tanto vuelve.

¿Cuántas personas se necesitan para escribir un buen texto —o al menos, un texto sin errores— que vaya a ser publicado? ¿Sirven para algo los editores?

La discusión se renovó en varios blogs norteamericanos a partir de los recortes en el New York Times, en el Los Angeles Times y otros. Muchos de los puestos que se eliminan pertenecen a editores, es decir, a quienes usualmente velan en los diarios por el enfoque del artículo, reescribir encabezados y titular. En la práctica, son los responsables de asegurarse de la calidad final de texto.

En la Argentina, esos recortes ocurrieron hace rato y no es raro, incluso en medios nacionales de gran tirada, encontrar la figura del autoeditado. Es decir, el redactor investiga, entrevista, escribe, titula y se corrige.

Los nuevos estilos de escritura y publicación de la Web actual promueven esta figura y en general, la ausencia de editores. Los blogs suelen ser emprendimientos unipersonales y muchas de las redes sociales y comunidades de noticias ni siquiera producen textos: se sostienen sobre escritos ajenos, en muchos casos artículos periodísticos. Y en las versiones digitales de los diarios —en las de acá y las de afuera— la figura del editor tiende a desaparecer (y en algunos medios nace extinta). Por lo menos en lo que se refiere a su función de “mejorador” de textos: los nuevos periodistas escriben y suben su material, acompañado muchas veces por fotografías y audio.

En fin. Quizás sea una cuestión de lógica económica, o de formato – medios de papel con editores, medios Web sin ellos—, o de nuevos tiempos y nuevos textos: más rápidos, más desprolijos, más efímeros y más provisorios.

Como sea lo que el futuro depare, hay ciertas instancias en las que el rol de editor sigue siendo clave, especialmente en aquellos casos en los que se requieren atributos contrarios a los que se acaban de mencionar arriba: consistencia, duración, ausencia de errores, etc. En esos casos, por mejor preparado que esté un redactor, la mirada externa sobre su texto sigue siendo indispensable.

De hecho, aquí en la consultora el trabajo de edición es una regla no escrita. Es raro que un texto salga sin un par de lecturas, aún cuando vayan a parar a un Newsletter digital o a una intranet. Y si se trata de publicaciones impresas como libros, memorias, folletos o revistas, los textos siempre cuentan con un dupla redactor-editor para su elaboración, además de correctores para su revisión.

Es más: tendemos a creer que ahí reside una de las principales razones del éxito de nuestros servicios. Poder asegurar el tipo de calidad textual que sólo se obtiene cuando un texto tiene esta doble aproximación.

Para escribir bien es mejor hacer preguntas

En algunas organizaciones –especialmente en las grandes- muchas veces la información circula mal. Más allá de sus propósitos, algunas dinámicas internas tratan los contenidos como bienes intransferibles, problemáticos o inmanejables.

En empresas de esta naturaleza es usual que los textos se encarguen sin instrucciones. Y que quienes reciben esos encargos acepten escribirlos sin ellas. “Hay que armar un comunicado para mañana sobre el nuevo plan de negocios”, puede pedir un gerente sin otra especificación.

Y la orden se asume tal como fue dada. ¿El tono? ¿El contexto? ¿La extensión? ¿El humor y las expectativas de los lectores frente a esa información? Muy bien, gracias. Los redactores se acostumbran a no hacer preguntas, a tratar de imaginar lo que no saben, y desarrollan una especie de autismo compositivo. Escriben tratando de poblar la pantalla con frases hechas e intentando encajar la poca información que disponen en algún molde que la costumbre del lugar dio por aprobado.

“En el marco del programa anual del programa 2007, se lanza…”; “tenemos el agrado de comunicar que a partir de la fecha entrará en vigencia… “ . Formulaciones como éstas encabezan uno tras otro los comunicados y tienen a sus redactores meditando largo tiempo sobre qué poner después.

Lo más curioso es que muchos de estos redactores, frente a los textos fallidos que producen, no suelen identificar la falta de contenidos como una de las principales razones –si no la única- de sus fracasos. Creen, lisa y llanamente que escriben mal. Y asumen equivocadamente que los buenos redactores son los que pueden inventar contenidos que no tienen. Deben poder “sarasear”, como suele instar a todo el mundo un redactor de un departamento de comunicaciones amigo, escéptico de los procesos empresarios de producción de textos.

Pero tanto para “sarasear” como para escribir un comunicado que tenga alguna utilidad y atractivo es necesario hacer preguntas: a uno mismo (para determinar que se necesita), a la fuente del encargo (mínimamente hay que poder determinar sus propósitos y el contexto), a otra fuente experta eventualmente y, por último, a otros textos de la compañía (la página web, la memoria y balance, artículos anteriores de intranet, etc.). En todos los casos es necesario partir de algún lado. Y más aún si se tienen intenciones creativas.

América: ¿Latina o latina?

Hoy a la mañana, mientras hacía mi recorrida habitual por los principales diarios del país, me llamó particularmente la atención que en La Nación utilizan la forma “América latina”. Como ya sabrán, el uso abusivo de ciertas mayúsculas me preocupa, pero tampoco como para irme al otro extremo. Mi curiosidad me llevó al libro de estilo de ese diario y me encontré con que los adjetivos usados en nombres geográficos, van en minúscula. ¿Pero “latina” no es parte del nombre? La pregunta se me vino a la cabeza al instante. Investigué un poco más, y noté que Clarín y Página/12 también prefieren este uso, mientras que Ámbito Financiero, El Cronista e Infobae utilizan “América Latina” (quise desempatar con Perfil, pero la página estaba caída).

Si bien el Panhispánico incluye la expresión “América Latina”, no terminó de despejar mis dudas y recurrí al servicio de la Academia Argentina de Letras. Allí, una amable señora me explicó que antes se ponía “latina” en minúscula porque se consideraba que no existía un lugar geográfico preciso que pudiera llevar ese título, pero que ahora los núcleos culturales también pueden tener nombre propio. Así que el uso de los diarios podía deberse a sus diferentes manuales de estilo.

Núcleo cultural o zona con límites geográficos: yo igualmente prefiero “América Latina”. ¿Y ustedes?

¿Qué debe tener un buen post?

En expansión o un poco retraída, la blogósfera continúa instalando nuevas prácticas de escritura y nuevos géneros.
Uno de los más recientes aportes para avanzar en descripciones y definiciones vino de Córdoba. Un par de meses atrás, el diario la Voz del Interior sacó su manual de estilo e incluyó un apartado de periodismo digital. Un trabajo muy bien hecho: de lectura amable y bien práctico. Y con definiciones como ésta: “Estamos migrando de un modelo de disertación a otro de conversación, en el que ‘usuario’ es el nuevo nombre del lector”.
Al final de ese apartado digital se describen las características de los blogs del diario y específicamente las de las entradas o “posts”. En este sentido, el manual (pag. 183) propone un modelo que no supere las quince líneas en pantalla, que sea obligadamente hipertextual y que aproveche al máximo recursos como audios, videos, galerías de fotos o mapas, entre otras características.
Todo bien. Sin embargo, creo que va siendo necesario enfatizar el aspecto conversacional en la misma descripción del género: un buen post debería necesariamente invitar al comentario. Quien lee se debería sentir tentado de agregar sus propias líneas.
En última instancia, un post es un texto abierto, tanto en su contenido como en su forma. Su lógica se aloja en esa construcción colectiva que resulta del texto de la entrada, de sus enlaces y sus comentarios.

Entrevistas: ¿grabar o no grabar?

Estoy armando un taller sobre entrevistas para un cliente y me vino a la mente una frase de un viejo periodista. Libreta en mano, solía jactarse de grabar a sus entrevistados solamente cuando era indispensable: si estaba frente a alguien como Borges, donde cada palabra cuenta, o si debía protegerse de futuras demandas.

Yo he hecho mía esta premisa y grabo lo menos posible: tengo buena memoria, detesto desgrabar y mi sistema de notas suele funcionar bien para reconstruir la charla.

Pero conozco casos cercanos donde sucede lo inverso: teclear las voces del casete es un momento de descanso. Se pone la mente en blanco, mientras la pantalla se va llenando de palabras. Y se cuenta, además, con la tranquilidad de no haber dejado nada afuera.

Vos, ¿de qué lado estás?


Menos pasiva, más actividad

Cuando armamos una presentación, cuando redactamos un e-mail, cuando mandamos un mensaje por celular, en definitiva, siempre que escribimos un texto, usamos todo lo que está a nuestro alcance para expresar lo que queremos. Nada está de más y todos los recursos son válidos.
Pero muchas veces, mientras edito o corrijo textos, me encuentro con que las empresas usan demasiado uno de estos recursos: la voz pasiva. El otro día, revisé una y otra vez oraciones como “Las búsquedas serán realizadas por Recursos Humanos” o “A través del área de Beneficios, se ofrecen propuestas culturales, deportivas y de recreación para los empleados”. Y también me detuve en la versión conocida como “pasiva con se” (formada por el pronombre se y verbo en voz activa): “Los reconocimientos a la productividad se publican en la intranet”.
Después de perderme un poco entre tantas construcciones pasivas, me surgió una duda que todavía no me pude responder con claridad. Gracias a su estructura, esta forma gramatical permite borrar al agente (el que realiza la acción que expresa el verbo). Pero en estas oraciones en voz pasiva, o bien esta más que claro que la responsable de la acción es la empresa o bien se explicita quién la hace.
A la voz pasiva yo le tengo bastante cariño, sobre todo porque puede resultar muy útil en algunos casos —¿qué mejor manera de responder que: “no pude leer el informe porque se tiró a la basura?”—, pero en estos casos, no comprendo por qué las empresas quieren ocultarse, aun cuando presentan beneficios para sus empleados. Me parece que en estos casos, es preferible usar la voz activa y decir: "Recursos Humanos realizará las búsquedas" o "El área de Beneficios ofrece propuestas culturales, deportivas y de recreación para los empleados". Además, la lectura de este tipo de oraciones es más rápida y sencilla.
Me anduve preguntando por qué usan tantas veces la voz pasiva si no aprovechan el principal recurso que les ofrece esta forma. Quizás porque le asignan un valor de seriedad y formalidad. Quizás porque repiten estructuras fijas de informes.
Se me ocurre que tal vez el discurso corporativo, en lugar de utilizarla como un recurso, la siente impuesta. Así que propongo dejar la tímida pasiva sólo para cuando no sepamos quién hace la acción o no nos interese informarlo (por ejemplo, “Los cursos se dictan los lunes”). Y en resto de los casos, empezar a hacernos cargo de lo que decimos

¿Qué tipografía usás para escribir?

La Helvética cumplió 50 años y hay revuelo alrededor de las tipografías. Les hacen exposiciones. Los diseñadores eligen sus favoritas. El serif divide aguas: ¿Con o sin?

Los escritores, tan proclives a aferrarnos de cualquier cosa que haga avanzar nuestra escritura —un teclado determinado, un modo de presentar la hoja en el procesador de palabras, un escritorio especial— también tenemos nuestras preferencias cuando se trata de elegir de un tipo de letra.

Por acá, sin pensarlo mucho andamos entre la Verdana del sitio, la Arial de nuestras plantillas de Word y cuando nos ponemos nostálgicos, la Courier y su aire de máquina de escribir.

Y por ahí…¿qué tipografía usan?