¿“Argentina” o “la Argentina”?



Si bien aquí en la consultora somos todos bastante renuentes a identificar nuestro trabajo con cuestiones normativas y gramaticales (no cometer errores es sólo una parte —y no necesariamente la más significativa— del proceso de escribir), es inevitable que nos consulten una y otras vez sobre determinados usos.

Este es uno de ellos. ¿Se dice “Argentina” o “la Argentina”?

Las dos formas valen, pero se prefiere la segunda que pone en evidencia que Argentina es un adjetivo: el nombre oficial de este país es República Argentina. Si cae el sustantivo República, dejemos el artículo para sustantivar el adjetivo.

Eso recomienda la Academia Argentina de Letras, al menos. Y su consejo lo siguen La Nación y Wikipedia. Clarín, en cambio, es decididamente errático.

Esta es la respuesta por escrito que ofrece la Academia cuando es consultada por este tema.

"A continuación se transcribe el último acuerdo sobre el nombre de nuestro país, publicado en el Boletín de la Academia Argentina de Letras, Tomo LIX, N.° 233-234, julio-diciembre de 1994:

"La Argentina" o "Argentina" como posibles formas elípticas del nombre República Argentina
(Consulta del Sr. Luis Santich, Capital Federal)

Si bien resulta innegable el creciente empleo de Argentina frente al tradicional la Argentina, no puede soslayarse, en primer lugar, el hecho de que ambas formas son denominaciones habituales, pero no oficiales, de nuestro país.
Tal como figura en el artículo 35 de la Constitución, que la Academia Argentina de Letras ha citado en acuerdos anteriores respecto del tema 1, las "denominaciones adoptadas sucesivamente desde 1810 hasta el presente, a saber: Provincias Unidas del Río de la Plata, República Argentina, Confederación Argentina, serán en adelante nombres oficiales indistintamente para la designación del Gobierno y territorio de las provincias, empleándose las palabras 'Nación Argentina' en la formación y sanción de las leyes"1.
Por cierto, la tendencia a referirse a nuestro país simplemente como Argentina no es nueva. Aunque no se ha determinado aún una fecha precisa de aparición, en el acuerdo académico de 1960 se la estimó "posterior a la segunda guerra mundial (1939-1945). Se supone que probablemente nació, por influencia del inglés de los Estados Unidos, en las prácticas parlamentarias de la UN. En las listas alfabéticas de países, la República Argentina fue colocada en la a, lo que trajo como consecuencia la desaparición del sustantivo República y del artículo la"2.
Tampoco puede decirse que hasta entonces no hubiera podido preverse el uso de la forma consultada. En efecto, diez años antes, en el acuerdo académico de 1950, se había observado que Argentina "aparece en libros, periódicos, discursos, etc., en forma tal que de seguir así no tardará la denominación correcta en ser suplantada por la incorrecta"3.
En el caso del empleo de la construcción tradicional, la presencia del artículo femenino sustantiva la voz Argentina que formalmente constituye un adjetivo. Hecho este que no es análogo a designaciones de otros idiomas que anteponen el artículo determinante a la denominación, v. gr.: la France o l'Italia, porque en estas el nombre es ya en su origen un sustantivo.

Discursos de acá y de allá

En los últimos días estuvo circulando un video por algunos blogs locales. Se trata del discurso de Steve Jobs, el legendario fundador de Apple, en la graduación 2005 de la norteamericana universidad de Stanford. Quizás represente una buena oportunidad para reflexionar sobre los discursos que se pronuncian por aquellos lugares y por éstos.

¿Qué hace que este discurso sea tan memorable? Dejando de lado el contenido y sus costados sentimentales, creo que su éxito se debe a dos grandes factores: a que cuenta historias y a que es claro, tanto en su estructura como en su lenguaje.

En primer lugar, Jobs nos ofrece, al modo de cualquier texto narrativo, un héroe con el que es posible identificarse (él mismo, en este caso). Y cómo todo héroe, debe vencer obstáculos —la copia de su sistema operativo por parte de Microsoft, la salida de Apple, el cáncer, etc.— para llegar transformado al final del camino. Escuchamos una narración: el modo más antiguo de transmitir conocimiento que ha mantenido su eficacia desde tiempos homéricos y bíblicos.

En segundo lugar, Jobs utiliza una estructura sencilla, que es señalada a cada paso. Esto permite que la audiencia pueda seguir el hilo del texto (a diferencia de los que sucede con cualquier otro texto leído en un papel o en una pantalla, aquí no hay oportunidad de volver atrás si algo no es comprendido). Así, como aconsejan las buenas prácticas del género, Jobs anuncia y repite: “Hoy les quiero contar tres historias de mi vida. Sólo eso. Nada especial. Tres historias simples”, y continúa del mismo modo: anticipando, contando y resumiendo, en un lenguaje llano que todos pueden entender.

La realidad por acá, en cambio, suele ser bastante distinta. Julian Gallo se queja desde su blog sobre las dificultades para encontrar textos inspiradores como éste entre los actuales políticos argentinos. Lo mismo o peor puede decirse de nuestros propios directivos de empresa. En su caso, las historias suelen ser reemplazadas por conceptos abstractos o enunciaciones sin carnadura (no es difícil imaginar en el lugar de Jobs a un CEO local hablando, por ejemplo, de la importancia de “superarse”). La gente de carne y hueso está ausente, y las palabras pesadas y repetidas toman su lugar.

Para que quede claro. Nadie está pidiendo que ahora los directivos hablen de sus enfermedades para conmover a sus audiencias. No. Simplemente que cada tanto incluyan alguna que otra anécdota para ilustran un punto, que capturen a sus audiencias con historias propias y ajenas. ¿Faltará mucho para que llegue ese día?

El discurso completo y subtitulado: