Cassany, en sus propias palabras

Algunas frases sueltas de Afilar el lapicero, para cerrar el post anterior.
"También es una idea extendida que los empleados de la empresa y las profesiones liberales no necesitan más formación en lengua [que la que provee le escuela]; que los médicos, los químicos o los abogados -por citar sólo tres ejemplos- no tiene que escribir. [...]
Es falso. En la práctica, la mayoría de las profesiones calificadas requiere requiere algún tipo de transacción oral y escrita, más o menos específica o sofisticada." (Pag. 12)
"La investigación sobre las dificultades de comprensión de los escritos administrativos y judiciales muestra que la sintaxis compleja es uno de los principales obstáculos." (Pag. 97)
"En un mundo cada vez más competitivo y globalizado, la calidad comunicativa es un valor indispensable. Los ciudadanos elegimos las empresas que nos escriben en nuestra lengua con claridad, pulcritud y eficacia." (Pag. 159)
"Una de las cosas que constaté mientras trabajaba como profesor de redacción en varias empresas es la relevancia que tiene la escritura. He escrito constatar porque ya sabía, como lingüista y como docente universitario, que saber escribir otorga poder." (Pag. 167)

Volvió Cassany, para profesionales y empresas


El libro nos gusta y suele estar presente en nuestras charlas de clase, en las bibliografías que hacemos para esas clases, en artículos y en posts . Es la Cocina de la escritura, próximo a cumplir los diez años, tiempo en que se ha ganado los primeros lugares entre las obras de referencia sobre escribir. Agotando edición tras edición, se ha convertido en algo así como el Strunk & White en castellano.
La Cocina está apoyado en la noción de que escribir es una destreza, un oficio. Ni una actividad mecánica como la pintan esos antiguos manuales de redacción tan gramaticales y normativos, ni una labor esotérica, como se desprende de algunos ensayos de entusiastas activistas de la expresión y la creatividad.
Por el contrario, Cassany muestra cómo es el proceso de componer un escrito. Un proceso complejo que incluye la aplicación de estrategias, el bosquejo de posibles lectores, la interacción social, la organización de contenidos, la aplicación de técnicas puntuales, etc. Y también, por supuesto, dosis variables de creatividad y conocimiento de la lengua.
Sin embargo, uno de los méritos claves del libro –y seguramente uno de los más importantes para sostener su éxito durante tanto tiempo— es lo bien escrito que está. Cassany logra que La Cocina sea el mejor ejemplo de lo que propone en sus páginas: una prosa clara, bien estructurada, ágil y, sobre todo, muy amistosa. El tono justo de divulgación que tan difícil resulta encontrar en la literatura científica en castellano.
Pues bien, recientemente Cassany ha enfocado en las organizaciones y sus profesionales. A fines del año pasado y también editado por Anagrama, el lingüista catalán lanzó Afilar el lapicero, un manual dirigido exclusivamente a quienes deben escribir en su trabajo.
Como una suerte de complemento de La cocina, pero pensado para ser leído independientemente, Afilar el lapicero enseña a sobrevivir con los géneros y el estilo de las organizaciones. Y tan importante como eso, con algunas de las situaciones que se viven a diario en ella a la hora de escribir. Como, por ejemplo, las relaciones que establecen escritores y lectores en un ámbito organizacional, muchas veces tortuosas. A saber: un directivo importante pide un informe, ¿elaboro un pequeño tratado que refleje a las claras mis conocimientos o elaboro un texto breve que responda a sus necesidades puntuales y a su tiempo escaso de lectura? Y también: la revista científica en la que deseo publicar promueve un estilo arcaico y complejo, ¿adhiero a su estilo barroco o me la juego con un paper de lenguaje claro?
Así, sin demasiadas pretensiones pero con muchos aciertos, el libro ofrece descripciones de cómo estructurar un informe o un artículo, estrategias para manejar correspondencia, consejos para titular y soluciones a los problemas de estilo que denuncia (oraciones largas, ausencia de párrafos y verbos, predominio de la voz pasiva, etc.).
En conclusión, los que anden por empresas, estudios y academias dense una vuelta por Afilar el lapicero. Tanto si los problemas les resultan familiares –en el peor de los casos el libro ayudará a ordenar y conceptualizar información dispersa— como si desesperadamente necesitan una mano para empezar a elaborar mejores textos.

Editores: ¿sí o no?

El tema cada tanto vuelve.

¿Cuántas personas se necesitan para escribir un buen texto —o al menos, un texto sin errores— que vaya a ser publicado? ¿Sirven para algo los editores?

La discusión se renovó en varios blogs norteamericanos a partir de los recortes en el New York Times, en el Los Angeles Times y otros. Muchos de los puestos que se eliminan pertenecen a editores, es decir, a quienes usualmente velan en los diarios por el enfoque del artículo, reescribir encabezados y titular. En la práctica, son los responsables de asegurarse de la calidad final de texto.

En la Argentina, esos recortes ocurrieron hace rato y no es raro, incluso en medios nacionales de gran tirada, encontrar la figura del autoeditado. Es decir, el redactor investiga, entrevista, escribe, titula y se corrige.

Los nuevos estilos de escritura y publicación de la Web actual promueven esta figura y en general, la ausencia de editores. Los blogs suelen ser emprendimientos unipersonales y muchas de las redes sociales y comunidades de noticias ni siquiera producen textos: se sostienen sobre escritos ajenos, en muchos casos artículos periodísticos. Y en las versiones digitales de los diarios —en las de acá y las de afuera— la figura del editor tiende a desaparecer (y en algunos medios nace extinta). Por lo menos en lo que se refiere a su función de “mejorador” de textos: los nuevos periodistas escriben y suben su material, acompañado muchas veces por fotografías y audio.

En fin. Quizás sea una cuestión de lógica económica, o de formato – medios de papel con editores, medios Web sin ellos—, o de nuevos tiempos y nuevos textos: más rápidos, más desprolijos, más efímeros y más provisorios.

Como sea lo que el futuro depare, hay ciertas instancias en las que el rol de editor sigue siendo clave, especialmente en aquellos casos en los que se requieren atributos contrarios a los que se acaban de mencionar arriba: consistencia, duración, ausencia de errores, etc. En esos casos, por mejor preparado que esté un redactor, la mirada externa sobre su texto sigue siendo indispensable.

De hecho, aquí en la consultora el trabajo de edición es una regla no escrita. Es raro que un texto salga sin un par de lecturas, aún cuando vayan a parar a un Newsletter digital o a una intranet. Y si se trata de publicaciones impresas como libros, memorias, folletos o revistas, los textos siempre cuentan con un dupla redactor-editor para su elaboración, además de correctores para su revisión.

Es más: tendemos a creer que ahí reside una de las principales razones del éxito de nuestros servicios. Poder asegurar el tipo de calidad textual que sólo se obtiene cuando un texto tiene esta doble aproximación.