Los redactores se divierten

Este es el decálogo que armó Ivana Basset, editora de Librosenred.com y amiga de la casa, para entretener al más de medio millón de suscriptores que tiene su boletín. Aparentemente estaría inspirado por muchos de los pedidos de publicación que recibe de escritores noveles.
Es la clase de chiste que nos divierte a redactores, correctores y profesoras de lengua. Ya sé, ya sé: cosas como éstas son las que nos alejan de los lugares de la verdadera diversión. Disimulen sonrisas y aires de maestrito, entonces, y lean los 20 consejos de Basset para escribir mejor.
1. Lo primero: conoser vien la hortografia.
2. Cuide la concordancia, el cual son necesaria para que usted no caigan en aquello errores.
3. Ponga comas puntos signos de interrogación o dos puntos rayas siempre que corresponda si no poco se entienden las relaciones entre las palabras la jerarquía entre las ideas. Y cuando, use los signos de: puntuación, póngalos; correctamente!.
4. Lo mejor es esquivar la reiteración de sonidos en la oración. La proposición es buscar una opción que no rime con lo dicho con antelación.
5. Evite las repeticiones, evitando así repetir y repetir lo que ya ha repetido reiteradamente.
6. Trate de ser claro; no use hieráticos, herméticos o errabundos gongorismos que puedan jibarizar las más enaltecidas ideas.
7. Imaginando, creando, planificando, un escritor no debe aparecer equivocándose, abusando de los gerundios. Tratando siempre, sobre todo, de no estar empezando una frase con uno.
8. Correcto para ser en la construcción, caer evite en trasposiciones.
9. Tome el toro por las astas, haga de tripas corazón y no caiga en refranes comunes. Calavera no chilla.
10. ¡Voto al chápiro!... creo a pies juntillas que deben evitarse las antiguallas que obscurecen el texto.
11. Si algún lugar es inadecuado en la frase para poner colgado un verbo, el final de un párrafo lo es.
12. ¡¡¡Por el amor de Dios!!!!, no abuse de las exclamaciones. NI de las Mayúsculas.
Recuerde, además, que la cantidad de puntos suspensivos es siempre fija....... (¡solo tres!)
13. Pone cuidado en las conjugaciones cuando escribáis.
14. No utilice nunca doble negación.
15. Evite usar el adjetivo "mismo" como si fuera un pronombre; el mismo está para otra cosa.
16. Aunque se usen poco, es importante emplear los apóstrofo's correctamente.
17. No olvide poner las tildes que correspondan. Mas aun cuando es importante conocer cual es la significacion de una palabra, en caso de que haya una opcion con tilde y sin ella.
18. Procure "no poner" comillas "innecesariamente". No es un recurso para "resaltar" sino para "mencionar" una "voz ajena" al texto.
19. Procurar nunca los infinitivos separar demasiado.
20. Y con respecto a frases fragmentadas

Cassany, en sus propias palabras

Algunas frases sueltas de Afilar el lapicero, para cerrar el post anterior.
"También es una idea extendida que los empleados de la empresa y las profesiones liberales no necesitan más formación en lengua [que la que provee le escuela]; que los médicos, los químicos o los abogados -por citar sólo tres ejemplos- no tiene que escribir. [...]
Es falso. En la práctica, la mayoría de las profesiones calificadas requiere requiere algún tipo de transacción oral y escrita, más o menos específica o sofisticada." (Pag. 12)
"La investigación sobre las dificultades de comprensión de los escritos administrativos y judiciales muestra que la sintaxis compleja es uno de los principales obstáculos." (Pag. 97)
"En un mundo cada vez más competitivo y globalizado, la calidad comunicativa es un valor indispensable. Los ciudadanos elegimos las empresas que nos escriben en nuestra lengua con claridad, pulcritud y eficacia." (Pag. 159)
"Una de las cosas que constaté mientras trabajaba como profesor de redacción en varias empresas es la relevancia que tiene la escritura. He escrito constatar porque ya sabía, como lingüista y como docente universitario, que saber escribir otorga poder." (Pag. 167)

Volvió Cassany, para profesionales y empresas


El libro nos gusta y suele estar presente en nuestras charlas de clase, en las bibliografías que hacemos para esas clases, en artículos y en posts . Es la Cocina de la escritura, próximo a cumplir los diez años, tiempo en que se ha ganado los primeros lugares entre las obras de referencia sobre escribir. Agotando edición tras edición, se ha convertido en algo así como el Strunk & White en castellano.
La Cocina está apoyado en la noción de que escribir es una destreza, un oficio. Ni una actividad mecánica como la pintan esos antiguos manuales de redacción tan gramaticales y normativos, ni una labor esotérica, como se desprende de algunos ensayos de entusiastas activistas de la expresión y la creatividad.
Por el contrario, Cassany muestra cómo es el proceso de componer un escrito. Un proceso complejo que incluye la aplicación de estrategias, el bosquejo de posibles lectores, la interacción social, la organización de contenidos, la aplicación de técnicas puntuales, etc. Y también, por supuesto, dosis variables de creatividad y conocimiento de la lengua.
Sin embargo, uno de los méritos claves del libro –y seguramente uno de los más importantes para sostener su éxito durante tanto tiempo— es lo bien escrito que está. Cassany logra que La Cocina sea el mejor ejemplo de lo que propone en sus páginas: una prosa clara, bien estructurada, ágil y, sobre todo, muy amistosa. El tono justo de divulgación que tan difícil resulta encontrar en la literatura científica en castellano.
Pues bien, recientemente Cassany ha enfocado en las organizaciones y sus profesionales. A fines del año pasado y también editado por Anagrama, el lingüista catalán lanzó Afilar el lapicero, un manual dirigido exclusivamente a quienes deben escribir en su trabajo.
Como una suerte de complemento de La cocina, pero pensado para ser leído independientemente, Afilar el lapicero enseña a sobrevivir con los géneros y el estilo de las organizaciones. Y tan importante como eso, con algunas de las situaciones que se viven a diario en ella a la hora de escribir. Como, por ejemplo, las relaciones que establecen escritores y lectores en un ámbito organizacional, muchas veces tortuosas. A saber: un directivo importante pide un informe, ¿elaboro un pequeño tratado que refleje a las claras mis conocimientos o elaboro un texto breve que responda a sus necesidades puntuales y a su tiempo escaso de lectura? Y también: la revista científica en la que deseo publicar promueve un estilo arcaico y complejo, ¿adhiero a su estilo barroco o me la juego con un paper de lenguaje claro?
Así, sin demasiadas pretensiones pero con muchos aciertos, el libro ofrece descripciones de cómo estructurar un informe o un artículo, estrategias para manejar correspondencia, consejos para titular y soluciones a los problemas de estilo que denuncia (oraciones largas, ausencia de párrafos y verbos, predominio de la voz pasiva, etc.).
En conclusión, los que anden por empresas, estudios y academias dense una vuelta por Afilar el lapicero. Tanto si los problemas les resultan familiares –en el peor de los casos el libro ayudará a ordenar y conceptualizar información dispersa— como si desesperadamente necesitan una mano para empezar a elaborar mejores textos.

Editores: ¿sí o no?

El tema cada tanto vuelve.

¿Cuántas personas se necesitan para escribir un buen texto —o al menos, un texto sin errores— que vaya a ser publicado? ¿Sirven para algo los editores?

La discusión se renovó en varios blogs norteamericanos a partir de los recortes en el New York Times, en el Los Angeles Times y otros. Muchos de los puestos que se eliminan pertenecen a editores, es decir, a quienes usualmente velan en los diarios por el enfoque del artículo, reescribir encabezados y titular. En la práctica, son los responsables de asegurarse de la calidad final de texto.

En la Argentina, esos recortes ocurrieron hace rato y no es raro, incluso en medios nacionales de gran tirada, encontrar la figura del autoeditado. Es decir, el redactor investiga, entrevista, escribe, titula y se corrige.

Los nuevos estilos de escritura y publicación de la Web actual promueven esta figura y en general, la ausencia de editores. Los blogs suelen ser emprendimientos unipersonales y muchas de las redes sociales y comunidades de noticias ni siquiera producen textos: se sostienen sobre escritos ajenos, en muchos casos artículos periodísticos. Y en las versiones digitales de los diarios —en las de acá y las de afuera— la figura del editor tiende a desaparecer (y en algunos medios nace extinta). Por lo menos en lo que se refiere a su función de “mejorador” de textos: los nuevos periodistas escriben y suben su material, acompañado muchas veces por fotografías y audio.

En fin. Quizás sea una cuestión de lógica económica, o de formato – medios de papel con editores, medios Web sin ellos—, o de nuevos tiempos y nuevos textos: más rápidos, más desprolijos, más efímeros y más provisorios.

Como sea lo que el futuro depare, hay ciertas instancias en las que el rol de editor sigue siendo clave, especialmente en aquellos casos en los que se requieren atributos contrarios a los que se acaban de mencionar arriba: consistencia, duración, ausencia de errores, etc. En esos casos, por mejor preparado que esté un redactor, la mirada externa sobre su texto sigue siendo indispensable.

De hecho, aquí en la consultora el trabajo de edición es una regla no escrita. Es raro que un texto salga sin un par de lecturas, aún cuando vayan a parar a un Newsletter digital o a una intranet. Y si se trata de publicaciones impresas como libros, memorias, folletos o revistas, los textos siempre cuentan con un dupla redactor-editor para su elaboración, además de correctores para su revisión.

Es más: tendemos a creer que ahí reside una de las principales razones del éxito de nuestros servicios. Poder asegurar el tipo de calidad textual que sólo se obtiene cuando un texto tiene esta doble aproximación.