Volvió Cassany, para profesionales y empresas


El libro nos gusta y suele estar presente en nuestras charlas de clase, en las bibliografías que hacemos para esas clases, en artículos y en posts . Es la Cocina de la escritura, próximo a cumplir los diez años, tiempo en que se ha ganado los primeros lugares entre las obras de referencia sobre escribir. Agotando edición tras edición, se ha convertido en algo así como el Strunk & White en castellano.
La Cocina está apoyado en la noción de que escribir es una destreza, un oficio. Ni una actividad mecánica como la pintan esos antiguos manuales de redacción tan gramaticales y normativos, ni una labor esotérica, como se desprende de algunos ensayos de entusiastas activistas de la expresión y la creatividad.
Por el contrario, Cassany muestra cómo es el proceso de componer un escrito. Un proceso complejo que incluye la aplicación de estrategias, el bosquejo de posibles lectores, la interacción social, la organización de contenidos, la aplicación de técnicas puntuales, etc. Y también, por supuesto, dosis variables de creatividad y conocimiento de la lengua.
Sin embargo, uno de los méritos claves del libro –y seguramente uno de los más importantes para sostener su éxito durante tanto tiempo— es lo bien escrito que está. Cassany logra que La Cocina sea el mejor ejemplo de lo que propone en sus páginas: una prosa clara, bien estructurada, ágil y, sobre todo, muy amistosa. El tono justo de divulgación que tan difícil resulta encontrar en la literatura científica en castellano.
Pues bien, recientemente Cassany ha enfocado en las organizaciones y sus profesionales. A fines del año pasado y también editado por Anagrama, el lingüista catalán lanzó Afilar el lapicero, un manual dirigido exclusivamente a quienes deben escribir en su trabajo.
Como una suerte de complemento de La cocina, pero pensado para ser leído independientemente, Afilar el lapicero enseña a sobrevivir con los géneros y el estilo de las organizaciones. Y tan importante como eso, con algunas de las situaciones que se viven a diario en ella a la hora de escribir. Como, por ejemplo, las relaciones que establecen escritores y lectores en un ámbito organizacional, muchas veces tortuosas. A saber: un directivo importante pide un informe, ¿elaboro un pequeño tratado que refleje a las claras mis conocimientos o elaboro un texto breve que responda a sus necesidades puntuales y a su tiempo escaso de lectura? Y también: la revista científica en la que deseo publicar promueve un estilo arcaico y complejo, ¿adhiero a su estilo barroco o me la juego con un paper de lenguaje claro?
Así, sin demasiadas pretensiones pero con muchos aciertos, el libro ofrece descripciones de cómo estructurar un informe o un artículo, estrategias para manejar correspondencia, consejos para titular y soluciones a los problemas de estilo que denuncia (oraciones largas, ausencia de párrafos y verbos, predominio de la voz pasiva, etc.).
En conclusión, los que anden por empresas, estudios y academias dense una vuelta por Afilar el lapicero. Tanto si los problemas les resultan familiares –en el peor de los casos el libro ayudará a ordenar y conceptualizar información dispersa— como si desesperadamente necesitan una mano para empezar a elaborar mejores textos.

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