A mediados de diciembre estuve dictando un taller de webwriting en la Maestría de Comunicación de la UCES. El taller, que era optativo, tuvo un concurrencia de alrededor de 20 comunicadores de distintas procedencias y prácticas laborales: gente del periodismo, marketing, diseño, tanto del ámbito privado como del público.
Una gran parte del taller estuvo dedicada, lisa y llanamente, a escribir posts. Y algo que reveló esa practica fue como cada post denunciaba el género que cada especialista manejaba con más frecuencia. Si, por ejemplo, la persona era un comunicador externo de empresas iba a tender a estructurar su post como una gacetilla de prensa y a dotarlo de un tono neutro e informativo. Si, por el contrario, se especializaba en comunicación interna, probablemente lo iba a dotar de ese tono arengoso que caracteriza a muchos de los comunicados internos locales. Y así con artículos, avisos, ¡cartas! o el tipo de texto que el comunicador escribiera con más habitualidad.
Más allá de cuáles sean las características de un post en tanto genero textual -acá, acá y acá pueden encontrar reflexiones al respecto-, lo que me pareció interesante de la experiencia fue comprobar qué tanto nuestra escritura puede estar reducida por el manejo de aquellos géneros en los que nos sentimos más seguros.
Estar advertidos de este fenómeno, creo, puede ayudarnos a construir un perfil de escritor más versátil, capaz de circular más fluidamente por estructuras y formas textuales diversas. Y a la vez, puede ofrecernos una clave de cómo abordar un tipo de texto desconocido: sea que estemos frente a un cuento o a un instructivo empresario, una de las tareas que nos facilitará el aprendizaje es descubrir cuales son sus características comunes.
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