¿Qué debe tener un buen post?
Uno de los más recientes aportes para avanzar en descripciones y definiciones vino de Córdoba. Un par de meses atrás, el diario la Voz del Interior sacó su manual de estilo e incluyó un apartado de periodismo digital. Un trabajo muy bien hecho: de lectura amable y bien práctico. Y con definiciones como ésta: “Estamos migrando de un modelo de disertación a otro de conversación, en el que ‘usuario’ es el nuevo nombre del lector”.
Al final de ese apartado digital se describen las características de los blogs del diario y específicamente las de las entradas o “posts”. En este sentido, el manual (pag. 183) propone un modelo que no supere las quince líneas en pantalla, que sea obligadamente hipertextual y que aproveche al máximo recursos como audios, videos, galerías de fotos o mapas, entre otras características.
Todo bien. Sin embargo, creo que va siendo necesario enfatizar el aspecto conversacional en la misma descripción del género: un buen post debería necesariamente invitar al comentario. Quien lee se debería sentir tentado de agregar sus propias líneas.
En última instancia, un post es un texto abierto, tanto en su contenido como en su forma. Su lógica se aloja en esa construcción colectiva que resulta del texto de la entrada, de sus enlaces y sus comentarios.
Entrevistas: ¿grabar o no grabar?
Estoy armando un taller sobre entrevistas para un cliente y me vino a la mente una frase de un viejo periodista. Libreta en mano, solía jactarse de grabar a sus entrevistados solamente cuando era indispensable: si estaba frente a alguien como Borges, donde cada palabra cuenta, o si debía protegerse de futuras demandas.
Yo he hecho mía esta premisa y grabo lo menos posible: tengo buena memoria, detesto desgrabar y mi sistema de notas suele funcionar bien para reconstruir la charla.

Pero conozco casos cercanos donde sucede lo inverso: teclear las voces del casete es un momento de descanso. Se pone la mente en blanco, mientras la pantalla se va llenando de palabras. Y se cuenta, además, con la tranquilidad de no haber dejado nada afuera.
Vos, ¿de qué lado estás?
Menos pasiva, más actividad
Pero muchas veces, mientras edito o corrijo textos, me encuentro con que las empresas usan demasiado uno de estos recursos: la voz pasiva. El otro día, revisé una y otra vez oraciones como “Las búsquedas serán realizadas por Recursos Humanos” o “A través del área de Beneficios, se ofrecen propuestas culturales, deportivas y de recreación para los empleados”. Y también me detuve en la versión conocida como “pasiva con se” (formada por el pronombre se y verbo en voz activa): “Los reconocimientos a la productividad se publican en la intranet”.
Después de perderme un poco entre tantas construcciones pasivas, me surgió una duda que todavía no me pude responder con claridad. Gracias a su estructura, esta forma gramatical permite borrar al agente (el que realiza la acción que expresa el verbo). Pero en estas oraciones en voz pasiva, o bien esta más que claro que la responsable de la acción es la empresa o bien se explicita quién la hace.
A la voz pasiva yo le tengo bastante cariño, sobre todo porque puede resultar muy útil en algunos casos —¿qué mejor manera de responder que: “no pude leer el informe porque se tiró a la basura?”—, pero en estos casos, no comprendo por qué las empresas quieren ocultarse, aun cuando presentan beneficios para sus empleados. Me parece que en estos casos, es preferible usar la voz activa y decir: "Recursos Humanos realizará las búsquedas" o "El área de Beneficios ofrece propuestas culturales, deportivas y de recreación para los empleados". Además, la lectura de este tipo de oraciones es más rápida y sencilla.
Me anduve preguntando por qué usan tantas veces la voz pasiva si no aprovechan el principal recurso que les ofrece esta forma. Quizás porque le asignan un valor de seriedad y formalidad. Quizás porque repiten estructuras fijas de informes.
Se me ocurre que tal vez el discurso corporativo, en lugar de utilizarla como un recurso, la siente impuesta. Así que propongo dejar la tímida pasiva sólo para cuando no sepamos quién hace la acción o no nos interese informarlo (por ejemplo, “Los cursos se dictan los lunes”). Y en resto de los casos, empezar a hacernos cargo de lo que decimos
¿Qué tipografía usás para escribir?
Los escritores, tan proclives a aferrarnos de cualquier cosa que haga avanzar nuestra escritura —un teclado determinado, un modo de presentar la hoja en el procesador de palabras, un escritorio especial— también tenemos nuestras preferencias cuando se trata de elegir de un tipo de letra.
Por acá, sin pensarlo mucho andamos entre la Verdana del sitio, la Arial de nuestras plantillas de Word y cuando nos ponemos nostálgicos, la Courier y su aire de máquina de escribir.
Y por ahí…¿qué tipografía usan?
¿“Argentina” o “la Argentina”?
Si bien aquí en la consultora somos todos bastante renuentes a identificar nuestro trabajo con cuestiones normativas y gramaticales (no cometer errores es sólo una parte —y no necesariamente la más significativa— del proceso de escribir), es inevitable que nos consulten una y otras vez sobre determinados usos.
Este es uno de ellos. ¿Se dice “Argentina” o “la Argentina”?
Las dos formas valen, pero se prefiere la segunda que pone en evidencia que Argentina es un adjetivo: el nombre oficial de este país es República Argentina. Si cae el sustantivo República, dejemos el artículo para sustantivar el adjetivo.
Eso recomienda la Academia Argentina de Letras, al menos. Y su consejo lo siguen La Nación y Wikipedia. Clarín, en cambio, es decididamente errático.
Esta es la respuesta por escrito que ofrece la Academia cuando es consultada por este tema.
"A continuación se transcribe el último acuerdo sobre el nombre de nuestro país, publicado en el Boletín de la Academia Argentina de Letras, Tomo LIX, N.° 233-234, julio-diciembre de 1994:
"La Argentina" o "Argentina" como posibles formas elípticas del nombre República Argentina
(Consulta del Sr. Luis Santich, Capital Federal)
Si bien resulta innegable el creciente empleo de Argentina frente al tradicional la Argentina, no puede soslayarse, en primer lugar, el hecho de que ambas formas son denominaciones habituales, pero no oficiales, de nuestro país.
Tal como figura en el artículo 35 de la Constitución, que la Academia Argentina de Letras ha citado en acuerdos anteriores respecto del tema 1, las "denominaciones adoptadas sucesivamente desde 1810 hasta el presente, a saber: Provincias Unidas del Río de la Plata, República Argentina, Confederación Argentina, serán en adelante nombres oficiales indistintamente para la designación del Gobierno y territorio de las provincias, empleándose las palabras 'Nación Argentina' en la formación y sanción de las leyes"1.
Por cierto, la tendencia a referirse a nuestro país simplemente como Argentina no es nueva. Aunque no se ha determinado aún una fecha precisa de aparición, en el acuerdo académico de 1960 se la estimó "posterior a la segunda guerra mundial (1939-1945). Se supone que probablemente nació, por influencia del inglés de los Estados Unidos, en las prácticas parlamentarias de la UN. En las listas alfabéticas de países, la República Argentina fue colocada en la a, lo que trajo como consecuencia la desaparición del sustantivo República y del artículo la"2.
Tampoco puede decirse que hasta entonces no hubiera podido preverse el uso de la forma consultada. En efecto, diez años antes, en el acuerdo académico de 1950, se había observado que Argentina "aparece en libros, periódicos, discursos, etc., en forma tal que de seguir así no tardará la denominación correcta en ser suplantada por la incorrecta"3.
En el caso del empleo de la construcción tradicional, la presencia del artículo femenino sustantiva la voz Argentina que formalmente constituye un adjetivo. Hecho este que no es análogo a designaciones de otros idiomas que anteponen el artículo determinante a la denominación, v. gr.: la France o l'Italia, porque en estas el nombre es ya en su origen un sustantivo.
Discursos de acá y de allá
¿Qué hace que este discurso sea tan memorable? Dejando de lado el contenido y sus costados sentimentales, creo que su éxito se debe a dos grandes factores: a que cuenta historias y a que es claro, tanto en su estructura como en su lenguaje.
En primer lugar, Jobs nos ofrece, al modo de cualquier texto narrativo, un héroe con el que es posible identificarse (él mismo, en este caso). Y cómo todo héroe, debe vencer obstáculos —la copia de su sistema operativo por parte de Microsoft, la salida de Apple, el cáncer, etc.— para llegar transformado al final del camino. Escuchamos una narración: el modo más antiguo de transmitir conocimiento que ha mantenido su eficacia desde tiempos homéricos y bíblicos.
En segundo lugar, Jobs utiliza una estructura sencilla, que es señalada a cada paso. Esto permite que la audiencia pueda seguir el hilo del texto (a diferencia de los que sucede con cualquier otro texto leído en un papel o en una pantalla, aquí no hay oportunidad de volver atrás si algo no es comprendido). Así, como aconsejan las buenas prácticas del género, Jobs anuncia y repite: “Hoy les quiero contar tres historias de mi vida. Sólo eso. Nada especial. Tres historias simples”, y continúa del mismo modo: anticipando, contando y resumiendo, en un lenguaje llano que todos pueden entender.
La realidad por acá, en cambio, suele ser bastante distinta. Julian Gallo se queja desde su blog sobre las dificultades para encontrar textos inspiradores como éste entre los actuales políticos argentinos. Lo mismo o peor puede decirse de nuestros propios directivos de empresa. En su caso, las historias suelen ser reemplazadas por conceptos abstractos o enunciaciones sin carnadura (no es difícil imaginar en el lugar de Jobs a un CEO local hablando, por ejemplo, de la importancia de “superarse”). La gente de carne y hueso está ausente, y las palabras pesadas y repetidas toman su lugar.
Para que quede claro. Nadie está pidiendo que ahora los directivos hablen de sus enfermedades para conmover a sus audiencias. No. Simplemente que cada tanto incluyan alguna que otra anécdota para ilustran un punto, que capturen a sus audiencias con historias propias y ajenas. ¿Faltará mucho para que llegue ese día?
El discurso completo y subtitulado:
Un texto dice más que mil imágenes
La primera es que se lee más de lo que se cree. Y la segunda es que los lectores de Internet leen más —y más profundamente— que sus pares de la gráfica. Efectivamente, el 75 por ciento de los internautas termina de leer el texto que elige. En los medios tradicionales, en cambio, sólo lo hace el 60 por ciento. Una noticia que pone en contexto la lectura escaneada de la web, tan citada por los especialistas.
Además, el estudio de Poynter confirma la importancia de los títulos para atrapar a los lectores. Cuanto más grandes, mejor. Unos años atrás, investigaciones similares habían confirmado que el título era el primer lugar donde los lectores depositaban su mirada y que los textos, en general y en una proporción de casi el 80 por ciento, eran elegidos antes que la imagen.
En fin, todos argumentos que encantarán a la Chica Letra en su disputa con los Bilborders, sus diseñadores gráficos iletrados. Para equilibrar un poco las cosas acá va un lindo ejemplo de un diseñador gráfico amigo de las palabras, el francés Antoine Bardou-Jacquet.