Discursos de acá y de allá

En los últimos días estuvo circulando un video por algunos blogs locales. Se trata del discurso de Steve Jobs, el legendario fundador de Apple, en la graduación 2005 de la norteamericana universidad de Stanford. Quizás represente una buena oportunidad para reflexionar sobre los discursos que se pronuncian por aquellos lugares y por éstos.

¿Qué hace que este discurso sea tan memorable? Dejando de lado el contenido y sus costados sentimentales, creo que su éxito se debe a dos grandes factores: a que cuenta historias y a que es claro, tanto en su estructura como en su lenguaje.

En primer lugar, Jobs nos ofrece, al modo de cualquier texto narrativo, un héroe con el que es posible identificarse (él mismo, en este caso). Y cómo todo héroe, debe vencer obstáculos —la copia de su sistema operativo por parte de Microsoft, la salida de Apple, el cáncer, etc.— para llegar transformado al final del camino. Escuchamos una narración: el modo más antiguo de transmitir conocimiento que ha mantenido su eficacia desde tiempos homéricos y bíblicos.

En segundo lugar, Jobs utiliza una estructura sencilla, que es señalada a cada paso. Esto permite que la audiencia pueda seguir el hilo del texto (a diferencia de los que sucede con cualquier otro texto leído en un papel o en una pantalla, aquí no hay oportunidad de volver atrás si algo no es comprendido). Así, como aconsejan las buenas prácticas del género, Jobs anuncia y repite: “Hoy les quiero contar tres historias de mi vida. Sólo eso. Nada especial. Tres historias simples”, y continúa del mismo modo: anticipando, contando y resumiendo, en un lenguaje llano que todos pueden entender.

La realidad por acá, en cambio, suele ser bastante distinta. Julian Gallo se queja desde su blog sobre las dificultades para encontrar textos inspiradores como éste entre los actuales políticos argentinos. Lo mismo o peor puede decirse de nuestros propios directivos de empresa. En su caso, las historias suelen ser reemplazadas por conceptos abstractos o enunciaciones sin carnadura (no es difícil imaginar en el lugar de Jobs a un CEO local hablando, por ejemplo, de la importancia de “superarse”). La gente de carne y hueso está ausente, y las palabras pesadas y repetidas toman su lugar.

Para que quede claro. Nadie está pidiendo que ahora los directivos hablen de sus enfermedades para conmover a sus audiencias. No. Simplemente que cada tanto incluyan alguna que otra anécdota para ilustran un punto, que capturen a sus audiencias con historias propias y ajenas. ¿Faltará mucho para que llegue ese día?

El discurso completo y subtitulado:









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