Días atrás, tuve la enorme fortuna de almorzar y conversar un buen rato con Daniel Cassany, el autor de la Cocina de la Escritura . Durante octubre estuvo de paso por Buenos Aires dictando un taller en la UBA y otro en Neuquén. No nos veíamos desde su última visita en 2002, ocasión de una memorable conferencia que organicé en el Rojas: “¿Cómo hacer para que la escritura nos obedezca?”.
Entre los tantos tópicos de la charla –Buenos Aires, Barcelona, la UBA, sus libros recientes, etc.- una parte de ella fue destinada a recordar aquella conferencia, un evento que terminó con la sala central del centro colmada de unas doscientas personas que le pedían desde consejos de redacción hasta su opinión sobre el Ulises de Joyce. Fue una experiencia intensa y muy divertida, tanto que impulsó a Cassany a escribir su propia crónica del evento, con los consejos incluidos.
Como una suerte de complemento de esa experiencia, Daniel me contó que hace un par de años había participado de una conferencia organizada por Andrés Hoyos, el director de la revista literaria colombiana El Malpensante. Lo habían invitado a disertar sobre un tema que habitualmente evita: literatura y escritura. Tal como le explicaron los promotores de la conferencia, muchos de los recursos y estrategias que Cassany propone son, por supuesto, aplicables a cualquier texto, incluso los literarios.
Frente a un auditorio también muy poblado, entonces, Daniel abordó el tema de la creatividad –para sacarla del dominio exclusivo de la literatura- y, tan interesante como ello, reveló algunos de los procedimientos que sostienen su propia escritura. Profundizando sus ideas de siempre, Daniel encuentra nuevos ángulos y matices para explicar la relación con los lectores –de estar cerca de ellos surgen las mejores ideas-, reafirmar el carácter comunitario de la lengua y debido a ese carácter, nuestra habilidad para reformular contenidos.
Vale la pena leer ambas crónicas, que además están escritas por Daniel mismo. La de Buenos Aires tiene consejos puntuales –cociná tus textos, convertite en un mayordomo de tus lectores, etc.- mientras que la de Bogotá los desarolla y fundamenta.
Aquellos que hayan leído y disfrutado la Cocina de la Escritura, encontrarán que ambas pueden ser deliciosos apéndices del manual. Y, por el contrario, quienes recién descubran el trabajo de Daniel pueden saborearlos como aperitivos para, en todo caso, ir después por bocados mayores.
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