En la consultora nos gusta escribir sobre Responsabilidad Social Empresaria. Habituados más bien a mostrar lo que pasa -y se piensa- dentro de oficinas laborales del centro, la RSE nos permite cambiar un poco y contar historias de actores inusuales en escenarios de la periferia.
Me viene a la mente, por ejemplo, el relato de un grupo de mujeres en un barrio marginal de Paraná, vecino de un basural, que hace uno años nos contó cómo se había organizado para armar una guardería que ahorrara a los hijos de cartoneros el recorrido diario de sus padres. O la experiencia de otro grupo de Benavídez que había conseguido poner en marcha un taller textil gracias a la ayuda de un programa de uno de nuestros clientes. Después, al sentarnos a escribir, había un gusto especial testimoniar con precisión esas historias de solidaridad y lucha contra la adversidad.
Recientemente, hemos estado escribiendo bastante RSE, pero de una naturaleza distinta. La gente de RSE de Petrobras Energía, encabezada por Verónica Zampa, se presentó en Amcham y el Foro Ecuménico y nos pidieron que los ayudáramos con sus presentaciones. La cosa anduvo bien: Petrobras salió premiada en ambos casos. Acá no se trató de contar historias, sino de que la prosa no oscureciera los innegables atributos de los programas de la compañía: un programa de Educación Vial dirigido a sus proveedores y otro de Inversión Social.
Porque eso es lo que creo que hay que hacer en los premios: condensar ideas, y escribir corto y llano, algo que seguramente agradezcan jurados ocupados y ad honorem. De todas formas, más allá de cuáles hayan sido las razones de los premios – la calidad de los programas, la prosa clara que no interfirió, etc.- me gustaría pensar que algo de nuestro gusto por escribir RSE tuvo que ver.
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