Escritura en empresas: ¿que cambió en los últimos veinte años?

Pocos días atrás, promovida por la maestría en la que doy clase, tuve la chance de dar una charla virtual sobre escritura de empresas.  

La charla, compartida con Ricardo Palmieri, tenía por título una pregunta: ¿Qué significa escribir bien en las empresas? 

Para responderla terminé recurriendo a una suerte de autobiografía velada (y no tanto) de los modelos que me encontré a lo largo de mi vida profesional. Hablé del gerente que a mediados de los noventa trataba de que mis textos llanos se parecieran a escritos legales, puse fotos de las revistas que escribimos con mi consultora para el banco Santander y otras compañías, charlé de cómo fue descubrir eso que hoy se denomina Lenguaje Claro (y que, como se aprecia en muchas entradas de este blog, durante mucho tiempo denominé Lenguaje Llano, siguiendo la nomenclatura de Daniel Cassany)

Así que desde aquel modelo inicial de largas frases oscuras y burocráticas, que después se fueron aclarando, acortando y organizando mejor, terminé tratando de dilucidar las características de un paradigma más actual.  Propuse pensar uno donde ya es prácticamente imposible pensar en textos únicos y cerrados, donde en reemplazo tenemos que elaborar constelaciones de textos vinculados -entre sí y con lenguajes audiovisuales-, que muchas veces incluyen historias. 

Acá, en el video de la charla, pueden ver los detalles:


Pero después de la presentación me quedé pensando en otro modo de entender ese mismo recorrido: algo así como el de un lector que emerge progresivamente, que se va configurando de a poco en un rol más activo, que cada vez demanda una protagonismo mayor.  Un lector que primero exige entender, que luego comienza a asumir muchas más operaciones que simplemente leer -comentar, likear- y que hoy ha alcanzado un punto tal de desarrollo que parece insuficiente llamarlo simplemente así. 





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