En ellas estuve frente a públicos bien variados: el equipo de márketing de una compañía industrial, los comunicadores de una concesionaria del estado, los responsables de una revista interna de una administradora de salud, por nombrar los más importantes y los más numerosos.
Muchas de las situaciones que se presentaron formaron parte de lo habitual. Enumero algunas: la avidez por incorporar recursos técnicos que permitan resolver rápido y bien los encargos de escritura, la tensión que sobrellevan muchos escritores corporativos tratando de satisfacer simultáneamente a sus fuentes y a sus lectores, el descubrimiento de que los contenidos se repiten pero los géneros cambian, y hasta cuestiones menores como el mal uso de mayúsculas.
Pero si se quiere, la novedad de esta última tanda de talleres es comprobar cómo actualmente conviven tres modos de escribir en las empresas argentinas. ¿A que me refiero? A que el estilo de la prosa varía según la empresa responda a un modelo de gestión más vertical y mecánico o más horizontal y orgánico.
Para decirlo rápido: a más antiguo el modelo de la empresa, más importante es el texto como reflejo del emisor. A más actual, más importante como herramienta de gestión.
En el primer caso, el énfasis está puesto en conseguir una prosa empresaria, formal, sin errores. En el segundo, lo que importa es la legibilidad del texto y que se adapte a los requerimientos de sus lectores.
Y ya empieza a notarse un tercero, propio del modelo 2.0, donde lo que importa es que los textos convoquen a la participación.
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